Entre los múltiples recovecos de la edición independiente, brilla en la boca de la tormenta la edición de poesía, empresa ardua si las hay. Sin ningún tipo de ayuda económica por parte del Estado, pequeñas editoriales difunden obras de poetas que de otro modo quedarían olvidadas.
Los comienzos del milenio, no dejamos de recordar, encontraron a la Argentina en un nuevo ciclo de decadencia en el que las empresas culturales se vieron obligadas a reformularse. Las que no cayeron en el agujero negro de diciembre de 2001 se transformaron a fuerza de empeño e imaginación: unas llegaron a convertir su propio PH en una sala de teatro y otras, que se negaron a aceptar las condiciones cada vez más restrictivas de un mercado en implosión, apostaron por la edición independiente, como recuerda Javier Cófreces, el responsable de Ediciones en Danza, la editorial que fundó ese mismo año, después de dirigir la revista La Danza del Ratón durante veinte años, cuando se dio cuenta de que esa etapa había llegado a su fin. Pero su afán por difundir a los poetas con los que se había formado continuaba intacto. “Fue entonces que resolví arrancar con el sello con un doble propósito: por un lado, encontrar la forma de publicar a todos esos poetas que había estado publicando en la revista y por otro, crear el canal editorial para sortear todos los problemas serios que teníamos cada vez que queríamos publicar, en especial que los libros llegaran a los lectores, que es un trabajo que las distribuidoras no saben hacer”.
Para lograrlo, armó un esquema en el cual los poetas inéditos o poco conocidos, después de pasar por un riguroso proceso de selección a cargo del comité editorial conformado por Alberto Muñoz, Eduardo Mileo y él mismo, pagan por la publicación de su libro. “Lo que se trata es de sostener un equilibrio comercial que permita que, a través de los autores que pagan su libro (y no me importa que sean desconocidos, sí me importa que el libro se sostenga), podamos publicar a aquellos que nuestro sello propulsa: Escudero, Bustiazzo, Madariaga, Olga Orozco, Juan José Cecelli, Urquía y cientos más”. Sostiene que el único motivo por el cual editar a esos poetas reconocidos pero descatalogados es la pasión y un motivo personal de orgullo es haber publicado la antología poética de Francisco Madariaga, en la que trabajó junto a su viuda, Elida Manselli.
Para Miguel Balaguer, el responsable, junto a Valentina Rebasa, de Bajo la Luna, el trayecto fue algo diferente. En el año 2003 se hicieron cargo de la editorial que su madre, Mirta Rosenberg, había fundado diez años antes pero que no sobrevivió a 2001 y que hoy tiene tres colecciones: una de narrativa, otra de ensayo y la más numerosa, de poesía. Encarada como una editorial profesional, sin contar con la participación económica de los autores, considera que “tenemos la suficiente experiencia de lectura como para decidir qué publicamos y en qué invertimos” y afirma que haber franqueado la barrera de los 500 lectores conocidos por nombre y apellido de los que hablaba Ezra Pound es hasta un alivio. A la hora de definir, al elusivo lector de poesía lo encuentra no sólo en los que escriben o estudian literatura sino en “un segundo círculo en el que encontrás músicos, actores, fotógrafos, gente que se interesa por el texto desde otro lugar”.
Con un marcado interés por la poesía universal, publican, en gran medida, textos bilingües. “Este año sacamos una antología de poesía coreana de los últimos cien años, bilingüe. Para el 90% de la gente que lo va a leer acá, ésos van a ser unos dibujitos en las páginas pares pero después habrá gente que podrá hacer el trabajo de leerlos. Nos interesa mucho el ejercicio de la traducción en poesía”. En cuanto a la ayuda estatal, cree que una gran deuda con este sector es la ley del libro.
Gog y Magog, nos cuenta su director, Miguel Angel Petrecca, nació en 2004. Junto con Laura Lobov y Vanina Colagiovanni, conforma el comité editorial que decide qué textos se van a convertir en los libros que la editorial financia sin intervención de los autores. Discute la concepción de la poesía como gueto y cree que es un género que tiene muchos lectores. “Con el tiempo te das cuenta de que el núcleo es más amplio y menos previsible de lo que uno pensaría. Los lectores también se van formando y recreando, porque hay lectores que tal vez dejaron de leer poesía pero que vuelven cuando se encuentran frente a algo que los motiva”.
La define como un proyecto en sí mismo que no se continúa en revistas, blogs o poéticas determinadas: “Editamos poetas conocidos y desconocidos, editamos poesía que nos interesa, nos conmueve o que nos parece que vale la pena la apuesta”. Con ayuda ocasional por parte del Estado, señala la que les permitió publicar recientemente una gran antología crítica de Francis Ponge, gracias a un subsidio de la Embajada de Francia.
Una de las más nuevas y con sede en Bahía Blanca es 17 Grises (que remite a la capacidad del ojo humano de percibir 16 tonalidades de gris, a las que le sumaron el gris imaginario), nacida en 2007. Pensada como una pata más del proyecto cultural que se despliega en 17grises.blogspot.com.ar, se define como autogestiva y su criterio de selección descansa sobre un consejo de asesores especializados, pero en lo que respecta a la poesía “confiamos especialmente en amigos y lectores exquisitos”.
Publicando muchos autores jóvenes y coterráneos, apuestan a “fomentar una idea de obra orgánica donde más que el hallazgo de un puñado de versos, lo que prevalezca sea una apuesta poética diferenciada y singular”. Como el espacio plural y heterogéneo del que forma parte, la edición de poesía es una constelación de pequeños proyectos literarios cada vez más necesaria en tiempos en que la realidad se vuelve más ominosa.
Maria Eugenia Villalonga
Fuente: Publicado en PERFIL