Si la cuarentena activó un imaginario de tiempo libre para dedicar a la lectura y a la escritura, en el escenario local animó a una considerable cantidad de personas a enviar sus manuscritos a las editoriales y reimpulsó la tradición de los sellos de recibir nuevas voces y textos, según cuentan a Télam algunos referentes de la industria argentina que identifican a la autoficción y la crónica personal como los géneros más abordados en pandemia.
Encargos, contratos, premios, concursos, talleres, redes de lecturas que se traspasan de boca en boca y van tirando del hilo hasta dar con un texto o con un nombre. Las vías de encuentro con las obras se bifurcan como la diversidad de editoriales que maridan modos de relacionarse con ellas. Pero acaso menos se sepa de los manuscritos, esos textos que llegan anónimos por impulso propio o bajo convocatoria: autores y autoras que deciden acercar lo que escribieron bajo la promesa implícita de una lectura profesional que consigne la eficacia o la calidad de lo escrito.
A la parálisis de las condiciones de producción de la crisis sanitaria, la pandemia agregó un condimento imperioso sobre el tiempo libre: ¿Menos interacción social significó más tiempo para la lectura y la escritura? ¿Más tiempo en el hogar se tradujo en esa posibilidad de desempolvar proyectos pendientes? Mientras para algunos la respuesta fue sí, para otros la angustia fue tal que torció el deseo de producir. En todo caso: ¿el comportamiento de los manuscritos puede decir algo de la sinergia que se vivió en un contexto que jugó con la idea fantasiosa del confinamiento y con el tiempo para escribir y publicar?
A nivel internacional, una respuesta posible la dieron las editoriales francesas -incluida Gallimard, la más importante del país galo- cuando hace unos días circularon un pedido para «calmar» envíos de manuscritos ya que con el confinamiento hubo un aluvión. El argumento reunía dos elementos para que la ecuación no cerrara: el atasco editorial que se vivió con el cierre de librerías en 2020 y el aplazamiento de publicaciones frente a la emergencia sanitaria hicieron que esa entrada de obras inéditas se convirtiera en un callejón sin salida. Y mucho más en tiempos digitales cuando los manuscritos se envían con un clic, sin necesidad de impresiones y traslados.
Porque «un vaso de agua no se le niega a nadie; el ser escritor tampoco» -parafraseando al ensayista Martín Kohan a propósito de la relación entre literatura y redes en entrevista reciente con Télam-, muchas editoriales y convocatorias reconocen en esa recepción de manuscritos la posibilidad de renovar sus catálogos a todo lo que anda dando vueltas. Claro que no es lo mismo ficción que no ficción, ni editoriales receptivas que otras que por sus estructuras pequeñas o proyectos prefieren mantener entrecerrada esa vía de ingreso, pero lo que parece testimoniarse es que los textos inéditos circulan, exigen su lectura, esperan su llamado.
«Acá pasa lo mismo que en Francia pero recibimos y contestamos a todos. Pasa que con la reducción del plan de novedades, muchos autores y autoras venían rezagados. El año pasado estuvimos desde abril hasta agosto sin sacar novedades. Supongo que porque la gente está más en la casa, comenzó a enviar mucho más originales que antes», asegura a Télam Glenda Vieites, directora de la división literaria de Penguin Random House, uno de los principales grupos editoriales del país.
Por su parte, Mercedes Güiraldes, editora de Emecé, explica que «la recepción de manuscritos en la editorial es abierta y constante. Nos llegan manuscritos a través de la web, de las redes sociales, de recomendaciones, y los evaluamos los editores y las editoras personalmente o con ayuda de lectoras y lectores externos de nuestra máxima confianza. No sabría decir si hubo una alteración significativa en la cifra de envíos por la pandemia, pero sí que año a año se percibe un incremento. Quizá tenga que ver con que, de la mano de la tecnología, cada vez más gente se anima a escribir. La capacidad de publicar para las editoriales, en cambio, es acotada y a veces se producen cuellos de botella».
Nicolás Moguilevsky, poeta, músico y coordinador de Mansalva, cuenta que durante la pandemia creció «muchísimo» la cantidad de textos que llegaron a la editorial por distintos canales: «Antes la vía tradicional era la recepción de manuscritos físicos por correo o gente que venía nuestra editorial a dejar manuscritos en anillados. Hoy en día es uno en cada cien mas o menos. Luego pasó al mail, y después por redes sociales. Es impresionante lo que mandan por ahí y la cantidad de personas que se presentan. Es un canal abierto desde el punto de vista de que los recibimos pero después se nos escapa de las manos la posibilidad de leer todo porque es una cantidad muy grande, puede que lleguen por lo menos cien al mes».
Mientras en ficción lo que se recibe suelen ser obras terminadas, en no ficción lo que abundan son proyectos, ideas. Como cuenta Rodolfo González Arzac, gerente del área de No ficción de Planeta, «mi termómetro personal es que en el inicio de la cuarentena durante 2020 llegaron muchas propuestas de periodistas o escritores que tenían más tiempo y proponían hacer determinado trabajo. Pero eso coincidió con un año en el que se publicaron menos libros. De todos modos, con el correr de los meses todo volvió un ritmo normal».
Más allá de esas puertas abiertas, también hay instancias específicas que apuntan con esos manuscritos. Los certámenes son una vía y así lo es para la editorial Ampersand -el sello de nicho que trabaja temas de conocimiento cultural- que lanzó el Premio Ampersand de Ensayo, dedicado a Historia social de la cultura escrita y Estudios de moda. «Con el cierre de la convocatoria hace unas semanas y en base a los proyectos recibidos pudimos comprobar la cantidad de gente valiosa que estaba trabajando en temas que resultan de interés. Son temas que llevan años de investigación y estudio y eso se percibe en la calidad de los proyectos presentados», cuenta el editor y escritor Diego Erlan.
Otro concurso que apuesta por «salir a buscar nuevas voces» y está en pleno desarrollo -recibe obras hasta el 10 de mayo- es el Premio Futurock Novela cuyo jurado de este año lo integran Claudia Piñeiro, Sergio Bizzio y Fabián Casas. «Por la cantidad que recibimos hasta ahora, creemos que superará los 400 manuscritos que recibimos en la edición de 2019», adelanta Leila Gamba, editora de Ediciones Futurock, quien destaca «el valor que tienen los premios literarios para abrir un poco el juego de la literatura y de la edición de ficción».
En opinión de la editora, «no son muchos los espacios que se abren para los autores que tienen una novela para editar y no tienen los medios o los contactos para hacerlo. Hay cada vez menos certámenes de este estilo, y los que hay están vinculados a empresas grandes, o a fundaciones con muchos años de trayectoria. Con el Premio Futurock queremos mover el polvo, proponiendo un monto y un jurado que están a la altura de cualquiera de los premios más establecidos desde un espacio nuevo».
Manuscritos ¿espejo de la imaginación o hecho social?
¿Cuáles son los géneros que mayor cantidad de manuscritos reúnen? ¿Qué tipo de registros exploran esas escrituras que esperan ser leídas? Según una aproximación tentativa de Glenda Vieites, de Penguin Random House, «la mayoría siempre autobiográficos. La escritura sirve como catarsis. La historia de una abuela, de un tío, de la superación de una enfermedad, un desamor. Obviamente es imposible publicar tanto, pero algo valioso siempre se rescata entre tantos manuscritos», dice.
Algo similar encuentra Moguilevsky, quien reconoce que durante la pandemia los manuscritos estuvieron atravesados por el contexto sanitario: «Mucha gente nos escribe diciendo que escribió su obra, sobre todo mucha crónica personal y auto ficción-, durante la cuarentena y sobre temas como soledad, ansiedad, depresión. Hay algunos que lo han hecho desde una concepción al revés como el nacimiento de un hijo en pandemia. Gente que ha escrito sobre el trabajo, aventuras amorosas, un montón de variables que se acrecentaron con esta situación».
Esta dinámica no es nueva, por lo menos así lo evalúa la editora de Emecé: «De unos años a esta parte, percibimos que cada vez más gente se atreve a escribir y a pensar en publicar. El auge de la autoficción y la ficción testimonial viene de la mano de este fenómeno. Cualquiera puede tener una buena historia para contar, solo sería cuestión de encontrarle la forma», dice y agrega un contexto tecnológico que no pasa desapercibido porque «al mismo tiempo las redes sociales son una plataforma de difusión inmensa».
En este sentido, explica Güiraldes, «los lectores, los influencers, los propios autores difunden sus libros y los libros de otros y así estos circulan también por fuera de los medios tradicionales como diarios y televisión. Todo esto supone un cambio significativo en la manera de trabajar con libros que las editoriales acompañamos y propiciamos».
Las editoriales y premios mantienen esa vía porque en la diversidad algo destaca, llama la atención de quien lee o permite poner en circulación otras voces, aún con el riesgo de que las lógicas del mercado y las urgencias del sector impidan contener y publicar todo lo que se recibe.