(Por Carlos Aletto) «Busco Similar», la primera novela del sommelier de café y conductor de TV y radio Nicolás Artusi, aborda la vida de Gastón, que comparte similitudes con la del propio autor, y se centra en las experiencias nocturnas, los lugares culturales y la conexión con la cultura gay y popular de los años 90 en Buenos Aires, combinando elementos cinematográficos y la reflexión sobre la escritura y la memoria.
En el comienzo de «Busco Similar,» publicada por Seix Barral, aparecen Gastón, protagonista y narrador, y Javier. La amistad entre ambos se sostiene en frases hechas y anécdotas repetidas. La historia se desenvuelve en la búsqueda de amistad y conexiones a través del intercambio de cartas y anuncios en revistas para adultos.
Artusi condujo el programa de noticias «Imagen Positiva» en el canal IP; trabajó en MTV, Discovery TLC, el Canal de la Ciudad y la Televisión Pública; organiza clubes de lectura; publicó libros como «Café, de Etiopía a Starbucks, la historia secreta de la bebida más amada y más odiada del mundo»; «Cuatro comidas, breve historia universal del desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena» y «Manual del Café, guía definitiva para comprar, preparar y tomar», todos editados por Planeta; y fue distinguido como Personalidad Destacada de la Cultura porteña.
-Télam: ¿Tenés alguna conexión personal con los lugares nocturnos que aparecen en la novela?
-Nicolás Artusi: Gastón tiene bastantes puntos en común con mi propia vida, aunque es una criatura de ficción. Es periodista y también cuando pudo emanciparse se mudó al centro tentado por las luces y las promesas de libertad. Esos lugares puntuales de la novela fueron parte de mi recorrido. La Madeleine estaba abierta las 24 horas por ejemplo. A mí siempre me atrajo mucho la idea de la noche y de la cultura nocturna. A los 22 años me mudé muy cerca de los boliches y estaba fascinado por la idea de una vida al servicio de uno abierta las 24 horas. Tal vez tenga que ver con eso el hecho de que una de mis películas favoritas de todos los tiempos es «Después de Hora», de Martin Scorsese, que muestra el dilema de ese empleado rutinario que consigue una cita justamente en un día de semana en Nueva York a la noche y sale sin poder volver a su casa. Esa idea de salir tarde y de volver sea la hora que fuere siempre me resultó muy atractiva, ya no solamente como posibilidad literaria sino como impulso vital.
-T: ¿Por qué en la historia de Javier hay silencios?
-N.A: Me interesaba mucho que hubiera espacios vacíos en la historia de Javier, porque eso le daba verosimilitud al personaje. Solamente en los guiones o en los malos guiones, todas las aristas de una historia cierran. En la vida, por lo general, quedan muchas aristas abiertas. Y en este caso, la doble muerte de Javier es una arista abierta que no tiene demasiada explicación racional. Tal vez tenga una explicación literaria o cinéfila o sentimental, si cabe, porque mi película favorita de Hitchcock es «Vértigo», que está basada en una novela que se llama «De entre los muertos». Así que esa idea del duelo no atravesado por las convenciones sociales me resultó muy interesante.
-T: ¿Cómo elegiste los fragmentos de películas, programas y música que incluiste en el video que aparece en la novela?
-N.A: Tienen que ver con mis propios consumos culturales de esa época y algunos que no lo eran pero que, creo yo, eran o contemporáneos o acordes a la personalidad de Javier. Nunca seguí las coplas españolas o las comedias de Ana María Campoy y artistas de ese estilo o «Matrimonios y algo más», pero sí fui muy fanático del cine clásico nacional y extranjero.
-T: ¿Y qué escritores sentís que te marcaron?
-N.A: Yo me formé de manera «marrona» cómo diría María Moreno. Con ella hice taller de escritura durante unos cuantos años en su casa y algo que de las muchas cosas que me dejó mi vínculo intelectual y afectivo con María fue justamente, primero la idea de escribir en un punto medio entre lo anárquico y lo organizado y, segundo, la cruza constante de esos cajones del convencionalismo que son las definiciones de alta y baja cultura. Por ejemplo, en una parte de la novela el narrador está leyendo el «Ulises», y es verdad, pero no creo que me haya influenciado en nada también (lo tendré que madurar en terapia en todo caso). Como muchos de nosotros he sido un lector consuetudinario de Manuel Puig, de los misterios de Agatha Christie y de Patricia Highsmith a quien le rindo en la novela un pequeño tributo con el talentoso señor Ripley del conurbano. También he leído las historietas de Fantomas y de Tintín. Mi universo de lecturas es muy ecléctico.
-T: ¿El debut en el «gran diario» marca un hito significativo en la carrera del protagonista?
-N.A: El debut en el gran diario coincide, en la vida de Gastón, con mi propia vida. Yo empecé a trabajar muy chico en Clarín, a los 18 o 19 años, y escribí mucho, y sobre todo la etapa más fructífera fue mi paso por el Suplemento Joven, donde estaban abolidas todas las reglas del manual de estilo que Clarín publicó justamente en esos años, a mediados de los 90, donde se prohibía, por ejemplo, usar la primera persona o emplear palabras del lunfardo o de los distintos idiomas canyengues, y yo hice todo lo contrario, por un afán juvenil de rebelión, también porque eso era lo que más admiraban los escritores periodísticos que adoro, entre otros María Moreno. Por esos años escribí cantidad de notas que empezaban con onomatopeyas, copiándolo a Tom Wolfe, pero hubo muchos desafíos en esa época, y sobre todo fue no ceñirme al género periodístico. Este es mi quinto libro, pero es la primera novela y en mis libros anteriores traté de romper el género, incorporando historia, memoria personal, crítica cultural, ensayo de costumbres y crónica. De los géneros lo que más me gusta es conocerlos para romperlos y no presumo demasiada originalidad de eso, pero es en definitiva lo que me gusta hacer y lo que me sale.
-T: El libro menciona que la telenovela es un arte popular de exageración.
-N.A: Creo que en esto está muy bien definido todo el carácter de Javier. Él es un artista de la exageración y si bien no lo imaginé devoto de las telenovelas, lo imaginé como un fanático de los melodramas del cine argentino clásico y de las películas de teléfonos blancos y de divas, un universo que corresponde a cierto patrón demográfico de gente gay anclada en el pasado, gente que se superpone con los fanáticos de las comedias musicales y las divas del ayer, de los espectáculos españoles, la zarzuela y de los melodramas clásicos. Así que me lo imagino a Javier, por lo menos en mi concepción, un personaje muy viril por momentos y casi célibe por otros, que si bien a veces puede imitar a Lola Flores, tiene más encarnado a Hugo del Carril. Trabajé muchísimo la configuración del personaje de Javier, y sé que es inverosímil en muchos aspectos, pero repito que la vida es inverosímil, así que me preocupaba poco eso, porque, en la vida, ni las historias ni las personas cierran.
-T: En la novela se reflexiona sobre la trampa de la escritura, sugiriendo que puede haber un peligro en perder el recuerdo de la experiencia real al escribir sobre ella. ¿Cómo afecta esta reflexión tu propia narración de la historia?
-N.A: La escritura es muy tramposa y el pasado es el único tiempo histórico que uno puede reinventar; una idea que resume muy bien el epígrafe del libro de Georges Simenon, la frase donde dice «todo es verdad pero nada es exacto», como en definitiva son los recuerdos, como en definitiva es la reconstrucción periodística y la crónica. Así que quise por lo menos, y creo que era un tema que no estaba tan abordado en la literatura popular, contribuir a mi recorte tipo Polaroid literario de los años 90. Quería por lo menos dejar ese testimonio, no sólo para las generaciones que lo vivieron, sino para las nuevas que no tienen la más remota noción de lo que era esperar seis meses antes de que respondan una carta para un levante.