En su nuevo libro de cuentos, «Las cosas que perdimos en el fuego», Mariana Enriquez presenta doce relatos que abordan el terror contemporáneo a partir de un trabajo con problemáticas sociales que van de la depresión a la violencia de género, configurando una cautivante obra que habla de la pérdida, el dolor y las formas de la amistad.
Publicado por Anagrama, el volumen -que ya cuenta con una segunda edición a un mes de su lanzamiento- impacta desde su primer cuento, «El chico sucio», un crudo relato que aborda la marginalidad, la santería y lo que se oculta detrás de la pobreza callejera con una impresionante descripción del barrio porteño de Constitución.
Enriquez (Buenos Aires, 1973) es escritora, periodista y subdirectora del suplemento Radar del diario Página/12. A los 21 años publicó su primera novela, «Bajar es lo peor», que la convirtió en una de las voces más potentes de la narrativa argentina contemporánea. Es autora, además, de la novela «Cómo desaparecer completamente», el libro de cuentos «Los peligros de fumar en la cama» y la nouvelle «Chicos que vuelven» entre otros.
En diálogo con Télam, la responsable de los relatos reunidos en «Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios», habló sobre la construcción de su nuevo volumen de cuentos, que será traducido a 18 idiomas y publicado en 20 países.
– Télam: ¿Cuál fue el punto de partida para este libro, lo pensaste como unidad o los cuentos le fueron dando forma?
– Enriquez: Escribí los cuentos en un lapso bastante largo de tiempo. La unidad se fue dando: escribí otros cuentos en estos últimos años, en otros estilos, pero era inevitable ver que en muchos se repetían ciertas cuestiones: el punto de vista femenino, un horror mucho más realista que en relatos publicados anteriormente, menos presencia de lo sobrenatural, las casas y las ciudades como escenarios. Cuando fueron decantando estos cuentos con su aire de familia, supe que tenía un libro. Después escribí algún relato especialmente para el libro, cuando ya sabía que sería una unidad. Por último hubo que pensar el orden y encontrarles la lógica interna, que la tenían; no es un orden cronológico.
– T: «Cómo desaparecer completamente» (2004) hace referencia a la canción «How to Disappear Completely», de Radiohead; este nuevo libro, quizás, a la película de Susanne Bier y la canción del grupo británico Bastille. ¿Cómo funcionan otros universos artísticos en tu obra?
– E: En este caso el título no tiene que ver ni con esa película -que no vi- ni con esa canción (de la que me anoticio ahora porque la gente me lo dice). El título sí tiene que ver con la música, igual que «Cómo desaparecer…». Es un disco de 2001 de Low, una banda de Minnesota de la que soy fan, se llama «Things We Lost In The Fire» y es una belleza. De todos los otros universos artísticos, el de la música es el que más claramente me influencia, me inspira y hasta te diría que es tan importante como el universo libresco.
En este trabajo hay citas desde Manic Street Preachers a Gabo Ferro: yo uso música para escribir, me ayuda a crear climas, y además ciertas mitologías de músicos directamente forman parte de mi universo literario personal. También me relaciono con otros universos: el cómic y la novela gráfica tienen su influencia. El título de mi libro anterior, «Los peligros de fumar en la cama», que mucha gente cree que es una referencia a Clarice Lispector, en realidad está sacado de «Sandman», el cómic de Neil Gaiman, es un capítulo de «Vidas breves».
– T: Si bien lo extraño, lo inquietante está muy presente en todos los cuentos, la acción en el fondo gira en torno a problemáticas sociales: soledad, depresión, violencia de género, maltrato familiar, abuso de drogas y, sobre todo, el miedo.
– E: Sí. Me interesa sacar el terror de los lugares comunes del género clásico. En realidad, es algo que ya se hace desde hace mucho en el género, no es un acercamiento que se me haya ocurrido a mí. Stephen King lo hace con frecuencia. «El resplandor», por ejemplo, trata sobre el alcoholismo, además de ser sobre el hotel y lo demás: King es un enorme escritor realista. Una novela de vampiros como «Déjame entrar», de John Ajvide Lindqvist, también trata sobre el abuso sexual infantil y las grietas en el estado de bienestar escandinavo; un cuento clásico como «Los veraneantes» de Shirley Jackson es sobre la vejez y el aislamiento.
Hace tiempo que estos temas aparecen en el género porque el terror, el horror si querés, puede meterse en un relato de tono policial, en uno realista, en fin, en cualquier parte. A mí me gusta usar el terror con elementos urbanos, contemporáneos, realistas. Me encantan los relatos de terror fantásticos o con muchos elementos sobrenaturales, pero no es lo que tengo ganas de escribir en este momento (eso puede cambiar).
– T: El tema de la pérdida, que aparece desde el título, se presenta de diversas maneras en estas páginas, así como el calor sofocante, que también guarda relación con el nombre del libro. ¿Hay una relación entre esos elementos?
– E: No necesariamente. El fuego aparece varias veces, así como las mutilaciones: calor y pérdida, si querés. También es recurrente el tema de las desapariciones. Pero son ese tipo de relaciones que ocurren sin un cálculo previo frío, que tienen que ver con obsesiones y etapas de escritura que a veces giran sobre ciertas imágenes y ciertos elementos. Lo interesante es saber localizarlos y darles unicidad.
– T: Aunque este trabajo aborda el dolor, lo siniestro, me parece que hace foco, sin lugares comunes, en las formas de la amistad, que aparece no para salvar sino para intensificar las situaciones.
– E: Es cierto. Pero hay amistades muy distintas. Las cómplices, como la protagonista de «El chico sucio» y su amiga travesti, o las primas de «Tela de araña», que son amistades de ayuda y de entendimiento. Pero otras son más cofradías, enjambres: me interesa la amistad adolescente como tema, su intensidad casi sectaria, todo lo secreto y erótico que tiene, un tipo de lazo irrepetible. Aparece en cuentos como «Los años intoxicados», con sus adolescentes que forman una especie de organismo, o las chicas convocadas por una suerte de psicosis en «Fin de curso». Y por supuesto, en la radicalización de las Mujeres Ardientes del cuento del título, aunque ahí ya no es amistad, creo, sino el intento de formar parte de una organización.
Fuente: Telam