La poeta estadounidense Louise Glück, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2020 y autora de una obra que extrae la belleza de la infancia y la naturaleza y recupera con sutileza y precisión el dolor y la pérdida, murió hoy a los 80 años.
La información fue confirmada por su editor, Jonathan Galassi, y por la Universidad de Yale, en la que ejercía como docente.
Nacida y criada en un un suburbio de Long Island, Nueva York, y considerada una referente de la poesía en Estados Unidos, Louise Elisabeth Glück había sido reconocida en 2020 por la Academia Sueca por «su característica voz poética» y se convirtió en la mujer número 16 en ganar el premio literario y la primera poeta estadounidense en recibirlo desde T.S. Eliot en 1948.
La irrupción de Glück en el ámbito literario fue en 1968 con el libro de poemas «Firstborn», una obra por la que fue ubicada cerca de la escritura de autores como Sylvia Plath, Emily Dickinson o Robert Lowell.
«Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado», escribió Glück en su ensayo «Proofs and Theories» («Pruebas y teorías»), donde plasmó su concepción del mundo poético como una dimensión que traspone el lenguaje y toda materialidad.
Porque además de autora de 14 libros de poesía, fue responsable también de dos ensayos que se sumergen en cuestiones como la decepción, el rechazo, la muerte, el amor y la traición.
Se hizo acreedora del Nobel «por su inconfundible voz poética que con austera belleza hace universal la existencia individual». Al conocerse la noticia, en un mundo atravesado por la pandemia, la poeta dijo que era «un gran honor» recibir el reconocimiento, recomendó que no se leyera su primer libro «a menos que quieran sentir desprecio» y confesó que una de las primeras cosas que pensó fue que iba a poder comprarse una casa.
«Quiero decir que es un gran honor, y luego, por supuesto, hay destinatarios que no admiro, pero luego pienso en los que sí, y algunos muy recientes. Creo que, prácticamente, quería comprar otra casa, una casa en Vermont, tengo un condominio en Cambridge, y pensé ‘bueno, puedo comprar una casa ahora’. Pero sobre todo me preocupa la preservación de la vida diaria con las personas que amo», expresó.
La elección de la poeta como ganadora de ese premio implicó un protagonismo para el género que parecía perdido desde la concesión del galardón en 1996 a la polaca Wislawa Szymborska y se sumó también al Premio Asturias de Letras que había obtenido hacía unos meses la canadiense Anne Carson, quien aunque despliega una cartografía poética muy distinta comparte con Glück el cuestionamiento a ciertas figuras masculinas que administran perversamente su poder sobre las mujeres.
Sus libros fueron publicados en español, primero por la editorial Pre-Textos, y una vez obtenido el Nobel, por Visor Libros, lo que generó tironeos entre el agente literario de la poeta, Andrew Wylie, y representantes del primer sello.
En la Argentina, circulan algunas obras de Glück a través del sello Pre-textos. Dos de ellas fueron traducidas por argentinos: la también poeta Mirta Rosenberg (1951-2019) se encargó de «Las siete edades» y el escritor Mariano Peyrou, radicado en España, tuvo a su cargo «Vita nova».
También se pueden conseguir «Ararat», «El iris salvaje», «Averno», «Praderas» y «Una vida de pueblo», que se publicó en marzo y, según Manuel Borrás, editor de Pre-Textos, compone «la reivindicación o exaltación de una vida sencilla, natural, la recuperación del sosiego en comunidades pequeñas».
A lo largo de los 60 años que se dedicó a la escritura, Glück publicó una docena de títulos, como «El triunfo de Aquiles» -por el que logró el National Book Critics Circle Award-; «Ararat» y «Averno», títulos que con una extrema sensibilidad se aproximan a la angustia de la muerte, el divorcio y la soledad, pero también a la infancia y la vida familiar.
«Yo era una niña solitaria. Mis interacciones con el mundo como ser social eran poco naturales, forzadas, como representaciones, y yo era más feliz cuando leía. Bueno, no todo fue así de sublime, vi mucha televisión y también comí mucho», contó alguna vez a propósito de su infancia, donde se vislumbra su cercana relación con la lectura y sus dificultades para congeniar socialmente.
Nieta de judíos húngaros emigrados a Estados Unidos, creció en el estudio de la mitología griega, que inspiró algunos de sus mejores versos, se graduó en 1961 en la Hewlett High School neoyorquina, y luego asistió al Sarah Lawrence College y a la Universidad de Columbia.
Antes del Nobel, la poeta nacida el 22 de abril de 1943 ya había recibido otras distinciones prestigiosas, como el Premio Pulitzer de Poesía (1993) por su poemario «The Wild Iris» (El Iris Salvaje); y el Premio de la Academia Americana de Poetas por «Firstborn». Además, el expresidente Barack Obama le otorgó la Medalla al Mérito en las Artes y Humanidades.
En un año trastocado por la pandemia de Covid-19, Glück no pudo hacer la lectura de aceptación del Nobel directo, sino que su discurso fue publicado en la página web de la institución. En ese marco habló de su forma de entender la poesía y de la relación entre autor y lector, a través de sus recuerdos de infancia y adolescencia y sus lecturas, donde sobresalen Stephen Foster, Emily Dickinson, William Blake y los cantos de las obras de William Shakespeare.
En torno a Blake, la poeta recordó que, siendo una niña de apenas cinco o seis años, ya conocía los versos del gran escritor inglés y había elegido, en concreto, los de «The Little Black Boy», como finalista junto a «Swanee River», de Stephen Foster, para decidir cuál de ambos se proclamaba el mejor poema del mundo.
En su apreciación ganó Blake: «De alguna forma, era consciente de que estaba siguiendo mi competición. Sabía que estaba muerto, pero también sentía que estaba vivo, ya que era capaz de percibir su voz hablándome; disfrazada, pero era su voz».
En su poesía prevalecía la capacidad para mirar y nombrar con austeridad lo que podía tensar el dolor. Como en el poema «El iris salvaje»:
«Al final del sufrimiento me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir como conciencia, sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías, ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente».